Becky Rubinstein Wolojviansky
Bashevis Singer: escritor idish
Becky Rubinstein Wolojviañsky
México, Universidad Iberoamericana
becky.rubinstein@yahoo.com.mx
Resumen: Bashevis Singer escribió en idish, su lengua materna –un idioma de minorías–, que pulió hasta refulgir, dejando una herencia invaluable: historias sobre la ancestral y rica cultura judía, que, gracias a la traducción, son comprendidas y gozadas por lectores de todo el orbe. Maestro del folclor y del humor, recrea la Biblia, el Talmud, la Cabalá, así como cuentos tradicionales que retratan la vida de los shtetl, las aldeas judías de la Europa central. En dicho tenor, recrea cuentos clásicos, donde intercala elementos de la tradición judía y, memorioso, escribe sobre sí mismo, su familia, su entorno, su cultura antes y después de abandonar Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial.
Palabras clave: cantar, contar, historia, folclor, humor.
Abstract: Bashevis Singer wrote in idish –his native tongue and the language spoken by the Jewish minorities in the Eastern Europe of his era- devotedly polishing it and making it shine with the outcoming invaluable inheritance: stories about an old and rich culture, the idish culture, which translated, pleases and rejoices readers from all over the world. Bashevis, master of folklore and an extraordinary humorist recreated the Bible, the Talmud and the Cabala and the traditional stories, shaped a genuine portrait of the Jewish life in the shtetl, the Jewish villages in central Europe. Likewise, he recreated the Classics among inserting elements of the Jewish tradition. Also faithful to his past, he wrote about himself, his family, his surrounding, his culture before and after he left Poland on the eve of the Second World War.
Key words: to sing, to tell, history, folklore, humor.
Antecedentes
Isaac Bashevis Singer, Premio Nóbel de Literatura 1978, a los sesenta y dos años de edad –y con una vasta obra en el periodismo y en el mundo editorial– a petición de su editora Elizabeth Shub, se estrena como autor para niños y con gran éxito. Zlate la cabra y otras historias recibe el Newbery Book Award.
Y, como en el resto de su obra, escribe en lengua idish, la de sus padres y ancestros de Polonia, mezcla de alemán, hebreo, palabras grecolatinas y eslavas, idioma rico y de gran tradición, el de los “Grandes” de la literatura judía como Moijer Sforim, Sholem Aleijem, Sholem Asch, Itzjok L. Péretz, Péretz Marquish y I.I. Singer, entre otros.
Para Bashevis, quien de pequeño leyó a Andersen y a Grimm, y también a Conan Doyle, “padre” de Sherlock Holmes –quien conocía al centavo la cuentística judía, además de la eslava–escribir para niños resultó, además de una delicia, un gran acierto, a pesar de sus dudas iniciales, como confiesa en la nota introductoria a Historias para niños: “Siempre albergué la idea errónea de que quienes escribían para niños no eran escritores de verdad, y que quienes ilustraban libros no merecían el calificativo de pintores”.
Y hasta su muerte, acaecida en Miami el 24 de julio de 1991, escribió para infantes quienes, como afirma Denise Escarpit (1981: 9), hasta el siglo XVIII eran adultos en miniatura, creados para ser vistos, mas no escuchados, no siempre tomados en cuenta por el adulto.
Bashevis ingresa en el mundo infantil con el idioma materno en aras de extinción, diezmado por persecuciones y guerras, sobre todo, por la Segunda Guerra Mundial, generadora de un Holocausto del cual escapa en buena hora: no así su madre, su hermano pequeño y muchos de sus familiares y amigos. Sobreviviente, asentado a partir de 1939 en Estados Unidos donde impera una cultura extraña y ajena, otro idioma y otros valores, jamás deja de escribir para su pueblo a quien lega a través de sus encantadoras y fascinantes historias, lo mejor de su herencia, la misma que comparte con el resto de las naciones: “La verdad es ésta: un escritor mientras más apegado está a su pueblo, más pertenece al resto de los pueblos. Un gran artista jamás se desliga de su pueblo, de su cultura, de su historia, de sus aspiraciones” (Telushkin, 2004: 87).
Bashevis, el memorioso, también solía afirmar “Mi pasado es mi presente”, de ahí su insistencia en recuperar escenas de su pasado personal, aderezado de cuentos de la tía Yentl, de su propia madre o de algún rabino ejemplar –del folclor heredado y transmitido por generaciones– y, sobre todo, escenas de su pasado histórico –primordialmente de la diáspora judía–, que recupera del olvido a través de la palabra justa y precisa, amorosa y divertida. Nudelstejer (2006: 39) habla de su apego al mundo que dejó atrás:
Mediante la ficción, Isaac Bashevis Singer llenó toda una época de literatura sobre la vida en Europa, especialmente acerca del judaísmo en Polonia. Y lo hizo con tal genialidad que logró que la Europa del este cobrara vida, para mí tal vez mucho más que para otros; sus cuadros sobre la existencia judía en los humildes poblados, en los shtetl de aguas estancadas, de una vida humilde pero llena de fe, así como su descripción de ciudades como Lodz, Lublín, o de Radzimin donde nació, tienen una viveza que sobrepasa a otros autores que yo había leído. Bashevis Singer escribió acerca de Varsovia del modo que Henry James supo escribir sobre Chicago.
Las historias salidas de su pluma fueron traducidas, en su mayoría a través del inglés, al francés, al italiano, al español e incluso al japonés, un verdadero reto para su ejército de traductores, que lo incluía.Y escribió en una lengua tenida por muerta convencido de su resurrección “puliéndola hasta refulgir”. Para Telushkin (2004: 94), Singer representa la voz de los padres y de su abuelos, ecos fulgurantes y símbolos de la civilización de la judería centro-europea, de ahí que dijera: “Sin duda alguna, un escritor mientras más apegado está a su propio pueblo, más apegado está al resto de las naciones. Un gran artista jamás se aparta de su nación, de su cultura, su historia y sus aspiraciones”.
Autor de minorías, paradójicamente, se convirtió a través de su obra monumental en autor de mayorías, a quienes legó un mundo rico en valores, sapiencia y experiencias cotidianas. La principal: ver crecer apropiada y felizmente a los chiquillos.
Bashevis: escritor judío
Bashevis, consciente de ser vocero de una tradición milenaria, que espera se prolongue en el tiempo, y que llegue a sus felices destinatarios, los niños, comentó:
Un escritor judío debe escribir sobre anécdotas de la vida judía que le resultan familiares. Debe comprender su herencia… No por casualidad los grandes escritores en lengua idish provienen de lugares donde los judíos hablaban su propia lengua y vivían una vida judía… Mientras más rica es la tierra, más fuerte es la planta… (Kresh, 1997: 156).
Negaba cualquier influencia de escritores americanos por no haberlos leído lo suficiente y habla largo y tendido sobre la naturaleza de la traducción, reto y “compromiso”, sobre todo, al intentar traducir el folclor o el humor judío (Kresh, 1997: 341), elementos de su escritura memorable, siempre memoriosa. Para Bashevis folclor era sinónimo de tradición. Nada está pasado de moda; no hay que despreciar la tradición, argumentaba (Telushkin, 2004: 62).
Su vida y obra están ligadas, sin duda, al folclor del que abreva. De pequeño, relata Telushkin, su madre le contaba y recontaba Di goldene hur,“El cabello de oro”, un cuento maravilloso, como los antologados por Beatrice Silverman W. en Cuentos del folclor judío donde abundan anillos mágicos, plumas de oro, montañas de cristal:
Este cuento, que la madre de Isaac le contó en múltiples ocasiones, versa sobre un hombre espantoso –en realidad, un príncipe– que encuentra un cabello de oro, quien busca por todos los confines del mundo a su dueña, con la que promete casarse. Cuando el príncipe la encuentra y descubre su real belleza, se transforma de nueva cuenta en príncipe (Telushkin, 2004: 42).
En “Entrevista con Isaac Bashevis Singer”, Joel Blocker y Richard Elman (Malin, 1969: 13-14) rescatan los intentos del pequeño Isaac, futuro gran cuentista y novelista: “Mucho antes de que aprendiera a leer y escribir, de niño, me gustaba imitar a mi padre y a mi hermano. Tomaba una pluma y garabateaba sobre el papel. La semana entera hacía garabatos pero, a la llegada del Sábado tenía que parar. Mascuando decidió convertirse en escritor, relata Irving Howe (Malin, 1969: 104), sus padres pusieron el grito en el cielo:
Fue un gran golpe para mis padres. Consideraban a todos los escritores judíos una compañía de herejes, de incrédulos –algunos en realidad lo eran. A sus ojos un literato era sinónimo de apóstata, alguien que abandona su fe. Mi padre solía afirmar que los escritores no religiosos, como Péretz, llevaban al judío a la herejía. Argumentaba que su todos sus escritos desafiaban a Dios.
Y nada menos cierto sucedió con Bashevis Singer y con su ilustre hermano, el novelista I.I. Singer. Ambos, a través de la lengua de sus ancestros, transmitieron la historia y la tradición de su pueblo destinado al cambio debido a los acontecimientos que cimbraron al mundo.
Bashevis, quien sobrevivió en mucho a su amado hermano, además de autor prolífero, fue multifacético en su obra y humanista en su persona: jamás decepcionó a sus padres, a su pueblo, y a sí mismo.
Hartley describe, podíamos decir, la polifonía de roles del eminente escritor, quien en 1978 recibió el Premio Nobel por su enorme herencia literaria y por la preservación del idioma y la cultura judía, que los nazis destruyeron en Polonia y que la asimilación amenaza con desaparecer:
Sabio, rabino, místico, profeta, historiador, cuentista: Isaac Bashevis Singer cumple cabalmente con dichos roles. Es sabio porque conoce la conducta del ser humano; rabino porque enseña; místico porque percibe el más allá; profeta porque intenta comprender los caminos del Señor y la relación entre el hombre y su Dios; historiador porque preserva una cultura en vías de extinción (Hartley, 2009, 1).
Bashevis, sin lugar a dudas, se inspiró en una figura clave: en la tía Itte Frume, “símbolo de las costumbres imperecederas del shtetl”, según Hartley (2009: 20) que, aunque anacrónica –vestía a la usanza de tiempos del rey Sobieski–, era profundo pozo de sabiduría:
Itte Frume, su tía paterna, enseña al pequeño Singer acerca de su linaje rabínico. Su vestimenta y su papel de guardiana del pasado la asemejaban al hada madrina de muchos de los cuentos de los hermanos Grimm, siempre con un don bajo la manga. Itte Frume otorga como regalo el pasado ancestral al joven y sensible Isaac. Los visita con frecuencia, en su mano un pañolón repleto de manjares sabáticos y de galletas. Diserta sobre Torá con el rabino Singer. Relata innumerables historias sobre abuelos, bisabuelos, tíos abuelos y tías abuelas.
Bashevis no sólo cuenta, sino que inventa contadores de cuentos, transmisores de historias entretenidas, no libres de enseñanzas, libres, empero, de moralinas. En El poder de la luz, un compendio de ocho cuentos sobre Januká, la Fiesta de las Luminarias, al parecer la más cercana al corazón del autor, un rabino relata a los pupilos –como era costumbre en el jéder o en la yeshivá, las escuelas judías– historias arraigadas a la tradición: “El rabino Berish contó: “Niños, cuando alguien vive tanto como yo, ha visto mucho y mucho tiene que contar. Como verán, lo que voy a contar, sucedió en la aldea de Gorshkov” (p. 61).
En “El cuento de la abuela”, incluido en Zlate, la cabra y otros cuentos, le otorga la voz cantante, más bien contante, a la abuela Lea, quien relata a sus nietos una inquietante historia de Januká, sobre un demoñuelo carente de sombra, compinche de ratones y duendes, vencido por el poder de las luminarias mensajeras, del milagro macabeo.
Los pequeños escuchas piden más cuentos, pero, como ocurre no sólo en los cuentos, la abuela los manda a la cama. Ya habrá oportunidad para regalarles una historia maravillosa donde vence el Bien sobre el Mal, una constante en Bashevis.
En “Neftali, el cuentacuentos, y su caballo Sus” –dentro de Historias para niños–los padres de Zelig le cuentan historias, una de ellas, sobre Neftali, el cochero, convertido en cuentacuentos. Y relataba historias que pepenaba, por decirlo de algún modo, en los caminos. En Lublín escuchó relatos sorprendentes sobre:
Hechiceros y milagreros capaces de leer las mentes y predecir el futuro. Se topó con un hombre que viajó de Lublín a la Tierra de Israel y de regreso. El anciano le contó a Neftali sobre cabalistas que habitaban cuevas detrás de Jerusalem, ayunaban de sábado a sábado, estudiaban los secretos de Dios, sobre ángeles, serafines, querubines y las bestias sagradas (p. 176).
Asimismo, nos presenta a la tía Yentl, gran contadora de cuentos, quien en el verano, tras la comida sabática y aprovechando la siesta del tío José, relata historias a sus escuchas, entre ellos, a Dvosha, la gata, apoltronada a los pies de la tía, encantada de escuchar historias, según leemos en “El duende” (Bashevis, 1976). Incluso las bestias, aman los cuentos.
Bashevis y los muchos cuentos
Bashevis, en sus propias palabras, escribía para fijar el tiempo. En la introducción a Zlate, la cabra y otros cuentos, nos dice:
La literatura nos ayuda a recordar el pasado de diversas maneras. Para el cuentacuentos el ayer aún está presente a pesar de los años transcurridos. En las historias el tiempo no desaparece. Tampoco los hombres y las bestias. Para el escritor y sus lectores las criaturas siguen vivas. Lo acontecido años atrás continúa vigente
Y escribía, indistintamente para niños y adultos, para recapturar la tradición ancestral, la de una minoría:
En mi escritura no existen diferencias fundamentales entre los cuentos para adultos y los para niños. El mismo ánimo, el mismo interés por lo sobrenatural perviven en nosotros. El simbolismo y el misticismo de nuestros padres aún son esenciales en la Literatura. En la Literatura Infantil, duendes y espíritus aún están vigentes. Los infantes saben que los espíritus, tanto buenos, como malos, existen. Sin la hilatura del folclor, sin la creencia en los poderes superiores, la Biblia, no puede pervivir la nación judía (Telushkin, 2004: 212).
Convencido que para el niño todo es nuevo, “el cielo, el sol, las estrellas, su papá, su mamá, la muñeca” (Telushkin, 2004: 209), aunque con la vista fija en el ayer, rescató la memoria y valores de su pueblo, empezando, por la memoria personal y familiar que plasmó en Un día de placer donde habla de sus padres, sus hermanos y de la vida judía frente al inminente cambio. Y frente a él, las historias perennes del folclor que recreó: las de la Biblia, el Talmud y la Cabalá que conocía al derecho y al revés. En Porqué Noé eligió a la Paloma, cuenta a la manera de un midrash –de una exégesis– la saga diluviana, con una invitación a la paz. Por otra parte, en La ciudad perversa, basada en la pecadora Sodoma, también un midrash, enfatiza los valores sempiternos de honestidad y tolerancia. E iniciado en los secretos de la Cabalá, lo mismo incluye círculos mágicos, de talismanes, de brujas y demonios o de espíritus. Ejemplo es La posada encantada, donde se enfrentan el Bien y el Mal; la superchería y la verdad del judaísmo. En Gólem, el coloso de barro, se deleitó reviviendo la leyenda del gólem –el homúnculo creado por el rabino Leowe en la Praga de Rodolfo II– con puntualidad histórica y profunda sapiencia mística.
Y entre sus muchos cuentos, contó y recontó sobre Januká, La Fiesta de las Luminarias, inspirada en la victoria macabea, pretexto de celebración y regalo, cuando los pequeños se olvidaban de la pobreza y estrechez, y recibían regalos y confites, como vemos en El poder de la luz.
Y en Los tontos de Chelm y otros cuentos plasmó a la aldea de Chelm, habitada por shlemels y shlimazls, tontos y desmazalados, cómo muchos judíos sin suerte y sin fortuna, quienes bregaban, día con día, por sobrevivir no siempre en circunstancias óptimas. Sus vidas, en realidad, no eran muy diferentes a las de los habitantes del shtetl, quienes, a pesar de la adversidad, jamás dejaban de soñar. Y cuenta sus aventuras y desventuras, critica por medio de la sátira y del sin sentido a los abusivos e incapaces gobernantes. Asimismo, en El arrevesado emperador de China denuncia a los sistemas totalitarios de los que fue testigo: nazismo, zarismo, comunismo…
En Mazel y Shlimazel, una historia de hadas cabal, resalta tanto las fallas como las cualidades humanas. No falta el malvado y avaricioso virrey, el tonto con pretensiones y su contraparte, el bueno y, sobre todo, la sagaz princesa que logra dirigir su vida.
Fiel retratista de su pueblo, utilizó la palabra exacta para eternizar el pasado. El idish le sirvió de instrumento, a sus ojos, el más bello y dúctil del mundo, el utilizado por amas de casa y por sabios. Por una minoría que se eternizó a través de una tradición y de una rica y digna literatura.
Bibliografía
BASHEVIS SINGER, Isaac (1984), Historias para niños, Nueva York: Farrar, Strauss & Giroux,
— (1966), El poder de la luz, ocho historias sobre Januká, Nueva York: Farrar, Straus & Giroux.
— (1973), Un día de placer, Historias de un niño en crecimiento, Nueva York: Farrar, Straus & Giroux.
— (1973), Porqué Noé eligió a la paloma, China: Farrar, Straus & Giroux.
— (1973), Los tontos de Chelm y su historia, Nueva York: Farrar, Straus & Giroux.
— (1976), Neftali el cuentacuentos y su caballo Sus y otras historias, Nueva York: Farrar, Straus & Giroux.
— (1981), Cuando Shlemel fue a Varsovia y otros cuentos, México: Alfaguara.
— (1982), Mazel y Shlimazel, Barcelona: Lumen.
— (1993), El arrevesado rey de China, Nueva York: Farrar, Straus & Giroux.
— (1994), Zlate la cabra y otras historias, Nueva York: Farrar, Straus & Giroux.
ESCARPIT, Denise (1981), La literatura infantil y juvenil en Europa.Panorama histórico, México: Fondo de Cultura Económica.
HARTLEY, A. Maxine (2009), Guía a la obra de Isaac Bashevis Singer, Nueva York: Vantage Press.
KRESH, Paul (1997), IsaacBashevis Singer, El mago de la calle 86 oeste, Nueva York: The Dial Press.
MALIN, Irving (comp.) (1969), Miradas críticas sobre Isaac Bashevis Singer, Nueva York: New York University Press.
NUDELSTEJER, Sergio (2006), Isaac Bashevis Singer, su obra y su leyenda, México: Plaza y Valdés.
TELUSHKIN, Devorah (2004), Maestro de sueños, Nueva York: Harper Collins Publisher.